Hace unas semanas paseando por el muelle de
Weymouth nos encontramos con un edificio en cuya fachada principal podía leerse
en letras enormes “Brewers Quay” La traducción literal de dicho nombre sería “Destilerías
del muelle”, “Destilería Muelle” o algo por el estilo. Nada más acercarnos nos
dimos cuenta de que lo que parecía una antigua destilería había sida convertida
en un complejo de tiendas y exhibiciones repletas de lo que ellos llaman art and craft, de objetos de arte y
artesanía de lo más variopinto. Realmente uno puede encontrar desde muebles de
estilo victoriano a estampas de futbol del los años 80 pasando por joyería,
libros e incluso ropa. Vamos, lo que viene siendo un almacén de compra y venta
de cualquier cosa y por lo tanto otro lugar dónde poder encontrar tesorillos
escondidos.
Mi ojos no se detenían en ningún objeto, nada me
llamaba la atención más allá del “qué curioso” o más allá de emitir juicios de
valor a la ligera, vamos, lo que viene siendo un “La hostia, que feo”. Pero no estaría escribiendo esto si la historia
acabara aquí. En una esquina oscura dentro de uno de los comercios dentro de una
papelera de metal, encontré unos tomos de lo que parecía una revista de arte
con cierto aroma decimonónico:
“The Hundred Best Pictures”. ¿Cuándo había sido publicado? ¿Qué contenía?
Mi olfato (quién me conozca pillará la ironía de la expresión) me decía que aquello debía tener más de 50 o
60 años pero la ocasión era propicia para poner en práctica mi inglés
bachilleratico con la maja dependienta sexagenaria. “Excuse me, I would like to
know how old this magazine is...” cinco minutos después salíamos por la puerta
con mi revista del brazo y dándome cuenta de que lamentablemente, internet era
más poderoso que mi inglés. Fue ahí donde encontré todas las respuestas, o por
lo menos todas aquellas posibles sin usar carbono 14. Mi intuición no falló.
Aquella preciosidad había sido editada entre 1901 y 1905. La publicación fue
llevada a cabo por Charles Letts and co., empresa londinense fundada en
Stockwell, Londres, a mediados del Siglo XIX. El ejemplar que yo adquirí es el
número 7 de una colección de 17 partes las cuales costaban un chelín cada una. Centrándonos
en el nuestro, la encuadernación que presenta es la llamada “encuadernación a
la espera” ya que estaba ideada para ser desechada una vez se adquiría la
encuadernación definitiva, la cual podemos ver en la imagen inferior:
En la provisional las tapas y las hojas van
cosidas al núcleo por medio de un cordón
de hilo. Al echar un vistazo a las páginas, vemos como se dividen en dos tipos:
aquellas que presentan la biografía de un artista y aquellas que recogen una
breve descripción de una obra además de un fotograbado de la misma adherida al
folio. Esta técnica, la de fotograbado, es la mar de interesante, y si queréis
descubrir más cosas sobre ella (lo recomiendo a mis amigos fotógrafos) meteros
en youtube e investigad.
Podría destacar algunas curiosidades más como por ejemplo la
manera en que los anglosajones escriben “Velasquez” con “s” en lugar de “z” (que
alguien me explique el porqué, por Dios). Eso sí, los nombres franceses en francés
y con sus acentos perfectos; o de la calificación de “poco sería” a la pintura
de género de Murillo (¿qué hay más serio que la imagen de un niño vagabundo espulgándose?).
Sin embargo, creo que lo más interesante es que tras analizar el contenido de
la revista un dato específico me confirmó la antigüedad de la publicación. “The
Blue Boy”, oleo de Thomas Gainsborough ya no es parte de la colección del Duque
de Westminster (como se puede leer en la imagen inferior) ya que en 1921 se
vendió al marchante de arte Joseph Duveen y ahora se encuentra en la Biblioteca
Huntington, San Marino (California):
En fin, ahora se me plantea las posibilidades de adquirir el
resto, los números que queden dispersos en aquella destilería reciclada y los
números que pueda adquirir por internet u otras localizaciones. Y vosotros
diréis vaya friki. Ahora, aquel o aquella que se pinta la cara de los colores
del equipo de futbol de su ciudad y espera siete horas en las taquillas para
comprar la entrada; aquel o aquella que se sabe de memoria la cilindrada de los
últimos veinte modelos de Ferrari; o aquel o aquella que actualiza su estado de
Facebook cada vez que tiene una discusión con su pareja (Qué día llevo L ¿Hay alguien que se quiera tomar un café?); aquel
o aquella que se vuelve loco coleccionando tercios de cerveza de todo el mundo,
no son unos frikis ¿No?
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