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domingo, 10 de noviembre de 2013

Otro paseo, otro trofeo.

    Hace unas semanas paseando por el muelle de Weymouth nos encontramos con un edificio en cuya fachada principal podía leerse en letras enormes “Brewers Quay” La traducción literal de dicho nombre sería “Destilerías del muelle”, “Destilería Muelle” o algo por el estilo. Nada más acercarnos nos dimos cuenta de que lo que parecía una antigua destilería había sida convertida en un complejo de tiendas y exhibiciones repletas de lo que ellos llaman art and craft, de objetos de arte y artesanía de lo más variopinto. Realmente uno puede encontrar desde muebles de estilo victoriano a estampas de futbol del los años 80 pasando por joyería, libros e incluso ropa. Vamos, lo que viene siendo un almacén de compra y venta de cualquier cosa y por lo tanto otro lugar dónde poder encontrar tesorillos escondidos.

    Mi ojos no se detenían en ningún objeto, nada me llamaba la atención más allá del “qué curioso” o más allá de emitir juicios de valor a la ligera, vamos, lo que viene siendo un “La hostia, que feo”.  Pero no estaría escribiendo esto si la historia acabara aquí. En una esquina oscura dentro de uno de los comercios dentro de una papelera de metal, encontré unos tomos de lo que parecía una revista de arte con cierto aroma decimonónico:





     “The Hundred Best Pictures”.  ¿Cuándo había sido publicado? ¿Qué contenía? Mi olfato (quién me conozca pillará la ironía de la expresión)  me decía que aquello debía tener más de 50 o 60 años pero la ocasión era propicia para poner en práctica mi inglés bachilleratico con la maja dependienta sexagenaria. “Excuse me, I would like to know how old this magazine is...” cinco minutos después salíamos por la puerta con mi revista del brazo y dándome cuenta de que lamentablemente, internet era más poderoso que mi inglés. Fue ahí donde encontré todas las respuestas, o por lo menos todas aquellas posibles sin usar carbono 14. Mi intuición no falló. Aquella preciosidad había sido editada entre 1901 y 1905. La publicación fue llevada a cabo por Charles Letts and co., empresa londinense fundada en Stockwell, Londres, a mediados del Siglo XIX. El ejemplar que yo adquirí es el número 7 de una colección de 17 partes las cuales costaban un chelín cada una. Centrándonos en el nuestro, la encuadernación que presenta es la llamada “encuadernación a la espera” ya que estaba ideada para ser desechada una vez se adquiría la encuadernación definitiva, la cual podemos ver en la imagen inferior:




    En la provisional las tapas y las hojas van cosidas al núcleo  por medio de un cordón de hilo. Al echar un vistazo a las páginas, vemos como se dividen en dos tipos: aquellas que presentan la biografía de un artista y aquellas que recogen una breve descripción de una obra además de un fotograbado de la misma adherida al folio. Esta técnica, la de fotograbado, es la mar de interesante, y si queréis descubrir más cosas sobre ella (lo recomiendo a mis amigos fotógrafos) meteros en youtube e investigad.


  Podría destacar algunas curiosidades más como por ejemplo la manera en que los anglosajones escriben “Velasquez” con “s” en lugar de “z” (que alguien me explique el porqué, por Dios). Eso sí, los nombres franceses en francés y con sus acentos perfectos; o de la calificación de “poco sería” a la pintura de género de Murillo (¿qué hay más serio que la imagen de un niño vagabundo espulgándose?). Sin embargo, creo que lo más interesante es que tras analizar el contenido de la revista un dato específico me confirmó la antigüedad de la publicación. “The Blue Boy”, oleo de Thomas Gainsborough ya no es parte de la colección del Duque de Westminster (como se puede leer en la imagen inferior) ya que en 1921 se vendió al marchante de arte Joseph Duveen y ahora se encuentra en la Biblioteca Huntington, San Marino (California):


    En fin, ahora se me plantea las posibilidades de adquirir el resto, los números que queden dispersos en aquella destilería reciclada y los números que pueda adquirir por internet u otras localizaciones. Y vosotros diréis vaya friki. Ahora, aquel o aquella que se pinta la cara de los colores del equipo de futbol de su ciudad y espera siete horas en las taquillas para comprar la entrada; aquel o aquella que se sabe de memoria la cilindrada de los últimos veinte modelos de Ferrari; o aquel o aquella que actualiza su estado de Facebook cada vez que tiene una discusión con su pareja (Qué día llevo L ¿Hay alguien que se quiera tomar un café?); aquel o aquella que se vuelve loco coleccionando tercios de cerveza de todo el mundo, no son unos frikis ¿No? 

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